Neoimpresionismo

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      El neoimpresionismo, con su raíz en la Francia de finales del siglo XIX, revolucionó el panorama artístico al fusionar la ciencia del color y la luz con técnicas pictóricas innovadoras. Inspirado por las teorías de Michel-Eugène Chevreul sobre el contraste de colores, y enriquecido por las ideas de Charles Blanc sobre el simbolismo cromático, el movimiento estableció un nuevo lenguaje visual basado en el análisis y la precisión.

      Georges Seurat, pionero de esta vanguardia, introdujo el puntillismo, colocando meticulosamente pequeños puntos de colores puros que, desde la distancia, se mezclan en la percepción del observador, creando una luminosidad sin precedentes. Paul Signac, siguiendo a Seurat, profundizó en el divisionismo, una técnica que separa los colores para maximizar el efecto vibratorio y luminoso, demostrando la potencialidad del color para estructurar y dinamizar la composición.

      Este enfoque científico hacia la pintura, que también atrajo a artistas como Henri-Edmond Cross y Camille Pissarro, marcó un antes y un después en la forma de concebir el arte, posicionando al neoimpresionismo como un puente esencial hacia la abstracción del siglo XX. A través de su legado, el neoimpresionismo continúa influyendo en la comprensión del color y la percepción visual, estableciéndose como un hito fundamental en la evolución de la expresión artística moderna.

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